Ataques de Pánico
El miedo, o se supera en primera persona o no se supera: nadie puede afrontar por nosotros el miedo que experimentamos
El pánico puede definirse como la forma extrema de miedo. Desde el punto de vista de la psicofisiología se trata de la reacción iniciada a partir de las percepciones por medio de los sentidos y pueden ser éstas reales o imaginarias.
El paciente fóbico intenta continuamente controlar o evitar las condiciones en las que puede desencadenarse la escalada del miedo al pánico y es justamente ese intento de control el que, paradójicamente, lleva a la pérdida de control. En el intento de controlar las propias reacciones, la persona dirige continuamente la propia atención a la escucha de los parámetros fisiológicos que indican la subida del nivel de ansiedad, (latido cardiaco, ritmo respiratorio, sentido de equilibrio, lucidez mental etc.), pero, puesto que todos ellos son funciones espontáneas del organismo, el control racional altera su propia expresión natural. La persona percibe esta alteración y se asusta; los parámetros fisiológicos se alteran de nuevo, el miedo aumenta y, si este círculo vicioso de interacciones disfuncionales entre mente y cuerpo no se interrumpe, se llega al ataque de pánico.
Lo que sucede claramente del relato de las personas es que el miedo patológico se dispara apenas concentran su atención en la escucha de sí mismos y en el control de sus propias funciones y reacciones.
Pero, por desgracia, el problema no se limita normalmente a ésta ya complicada condición que incapacita, porque la persona atrapada en el miedo psicológico, intentando limitar sus efectos, pone en marcha un repertorio de opciones que acaba por complicar posteriormente el problema y los efectos del trastorno. La observación empírica y la experiencia clínica citan dos guiones típicos de comportamiento que se emparejan al ya descrito círculo vicioso de percepciones y reacciones internas: la tendencia a evitar la situación asociada al ataque de pánico y la constante búsqueda de ayuda y protección por parte de otras personas.
Si una persona asocia el miedo del ataque de pánico a una situación, ya sea por experiencia directa o simplemente por la supuesta peligrosidad de la circunstancia, normalmente tiende a evitarla. Por el hecho mismo de haber evitado la situación temida confirma su peligrosidad o la situación de inadecuación de la persona, aumentando el miedo para la vez siguiente. Esto significa que cada evitación prepara la siguiente, hasta constituirse una cadena para evitaciones que lleva a la persona a la completa incapacidad para exponerse a las situaciones prefiguradas como amenazadoras. También este caso tiene que ver con la rigidez de una estrategia que provoca un doble efecto: primero proporciona la sensación de salvación del pánico inadecuado, después alimenta la idea de que no es capaz de afrontar la situación evitada. Este segundo efecto, fuga tras fuga, produce una desconfianza generalizada de la persona respecto a sus propios recursos. Sobre la base de esta desconfianza en las propias capacidades, evitará cada vez más exponerse a situaciones de riesgo eventual, hasta la total inacción.
La persona que ha perdido por completo la confianza en sus propias capacidades para afrontar las situaciones que considera críticas delega en los demás la responsabilidad de ayudarle, que intervienen en seguida en el caso de ataque de pánico o le tranquilizan con su presencia para prevenir la activación del fenómeno. Así, en general, el que está afectado por este trastorno estructura vínculos afectivos morbosos y relaciones de amistad que se fundan en el hecho que el otro, conociendo sus límites, mantenga unas relaciones de manera protectora. Las relaciones con los demás resultan, por ello, viciadas por el miedo y por la consiguiente necesidad de sentirse protegido. La persona, delegando en los demás su seguridad personal, renuncia a enfrentarse a sus propios límites.
Está claro que a medida que esta percepción se amplifica, mayores serán las demandas de ayuda y protección y, éstas, retroactuando como se ha descrito, alimentarán cada vez más el terror a estar solo. Si no se interrumpe, esta perversa espiral de interacciones entre una persona y las demás de su entorno le lleva a la total dependencia e incapacidad, ya sea de estar solo o de afrontar cualquier obstáculo.
El producto final de esta secuencia en espiral es una realidad virtual que, sin embargo, produce efectos reales, un espantoso monstruo mental construido y, luego, de repente, un mal imaginario que en sus efectos es más concreto que los males reales concretamente tangibles.
Nardone Giorgio, No hay noche que no vea el día. La terapia breve para los ataques de pánico, editorial Herder 2004, página 20,21, 23,24,25,26,31.
<<Mira al miedo de frente y dejará de perturbarte>>
Sri Yukteswar
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